14 de agosto de 2011

Crónicas del fin del mundo: Martha

¡No me toques con las manos sucias!-le dijo ella con un tono de asco en la voz.

Alberto se apartó-pero si ya me lavé las manos mujer- le dijo con fastidio.

Él se levantó y se tiró a dormir en el piso, mientras que la mujer se lavaba de nuevo las manos.-Martha, ya te habías lavado. ¿Ahora qué haces? ¡Regresa a la cama! Ya no me voy a dormir contigo -dijo, tratando de convencerla.

Esa fue la última vez que Beto trató de tener sexo con su mujer. Desde la boda, muchas cosas habían cambiado. Antes su esposa era una mujer más feliz. Su belleza y su manera de ser, combinadas, -la convertían en un ángel-, palabras de la mamá de Beto. Martha era rubia, el cabello le caía debajo de los hombros, y tenía una sonrisa que iba perfecto con los almendrados ojos azules. Beto siempre se sintió orgulloso de poder tener a una mujer así.

Ahora todo era diferente. Ella solamente pensaba en la limpieza, y hacía todo lo posible por que su casa no se ensuciara. Usaba ropa de tercipelo para poder frotarse contra las paredes y quitarles el polvo, sus nuevos zapatos eran dos pedazos de tela que servían para lustrar el piso, y su arma de elección era el aerosol antibacterial. Diario, cuando Beto llegaba del trabajo, Martha lo obligaba a lavarse las manos, e incluso muchas veces ella misma lo hacía para asegurarse de que quedara bien limpio. En dos ocasiones ella le había sangrado los nudillos de tanto tallarlo.

Beto estaba cansado, sentado en la barra de un antro, pensando qué podría hacer al respecto. Amaba a Martha pero, quién sabe si había forma de regresarla a la normalidad. Mientras estaba absorto en sus pensamientos, una chica se le acercó. -¿No me invitas un trago?-le dijo una morena de fuego con una sonrisa pícara en el rostro.-Claro, ¿que quieres?-le contestó, tranquilo.

Pasaron las horas. Beto le contó la historia de su esposa loca, y por primera vez sintió que alguien lo comprendía. -Ya sé, mi mamá también estaba loca por la limpieza, hasta nos rociaba insecticida en la cabeza...-Un anuncio los distrajo. En Eslovenia había disturbios porque mañana se iba a acabar el mundo. La gente estaba vendiendo sus propiedades y asaltando tiendas de conveniencia.

-¡Ah! El fin del mundo, otra mentira de nuestro sistema...¿cuántas veces se ha terminado?- dijo ella. Él sonrió.
-No sé, ya van muchas- contestó tímidamente.
-Oye, y si tu esposa está loca, y el mundo se acaba mañana, ¿No te gustaría hacer algo realmente sucio?- le propuso pícaramente.

Pagaron las bebidas y se fueron. Antes de ir al hotel pasaron a un mini súper y compraron miel, chocolate líquido, y crema batida. Llegaron al hotel. Corrieron a la habitación. Ella lo hizo pasar la mejor noche de su vida, pero mientras se le subía encima para embarrar su pecho de chocolate, la rodilla de la mujer apretó la bolsa del pantalón, el celular se marcó al número de su casa y su esposa contestó.

Martha escuchó todo y por más que gritaba nadie le respondía del otro lado. Después de que Beto terminó de lamer la crema batida del cuerpo de su amiga, botó el teléfono. Llorando como histérica, decidió lavar el baño. Abrió la llave del agua caliente, y fue a la bodega por una botella de ácido muriático. Se encerró en el baño junto con dos cepillos, una fibra, y una esponja. Pensó que tal vez si su esposo llegaba a encontrar el baño perfectamente limpio, la volvería a querer. Llenó una cubeta con agua caliente y agregó media botella de ácido. Mientras tallaba el piso se dio cuenta de que sus uñas estaban sucias. Tomó el cepillo con el ácido y se talló, después la cara, los pies, y las piernas. Apenas tuvo que pasar una hora para que la mujer muriera ahogada por los gases del ácido.

Cuando Beto llegó a casa, encontró a la mujer tirada en el piso con la botella de la calaca impresa en la mano. Llamó a urgencias, pero era demasiado tarde. La mujer fue enterrada al siguiente día. Beto se casó con la morena de fuego una semana después, y nunca extraña a Martha por las noches.