7 de enero de 2011

El anhelo

Estaban en un cuarto de hotel viejo, las paredes parecían raspadas por el eterno uso, las sábanas estaban sucias, y la colcha estaba polvosa. El jacuzzi del baño tenía una fina película blancuzca de tanto uso. En el lavamanos reposaba una bolsa de hielo y sobre ésta un bote de crema batida casi vacío. En el centro de la habitación una mesa, y sobre ésta un florero viejo y verduzco que había sido testigo de cientos de amantes. En la cama, dos amantes a punto de abandonar la habitación.

Ella se levantó y comenzó a ponerse la ropa.

-Te ves hermosa- le dijo Samuel con un tono tierno en la voz.
-Gracias- le dijo Roberta, más tímida que halagada. -Amor, me estaba preguntando, ¿Cuándo es que conoceré a tus padres?- le dijo un poco nerviosa.
-Tú sí que sabes hacer bromas.- dijo Samuel en un tono sarcástico mientras se ponía los pantalones.
-¿O sea que nunca?- dijo molesta.
-A lo mejor cuando me agarres muy borracho y me obligues a que te lleve con ellos, sin que eso pase no veo otra manera- respondió él haciendo burla.

Roberta se metió al baño. Lágrimas amargas rodaban por sus mejillas. Esta escena se le había repetido ya unas veinte veces con novios distintos. Ella no entendía porque le sucedía esto, si les daba sus mejores movimientos en la cama, y apenas se conocían les regalaba felaciones monumentales. Ni en las películas tres equis hacían lo que Roberta sabía hacer. De puro coraje, y recordando a sus viejos amores salió del baño, aventó el antiguo florero al suelo rompiéndolo, y terminó la relación. Alcanzó a escuchar las risas de Samuel mientras esperaba el elevador.

Una vez más, el pez gordo se le escapaba a Roberta. Le dolía más haber perdido aquellas salidas a Polanco los fines de semana, y las idas a Houston que al mismo Samuel. Caminó con tristeza hacia la parada del camión, y veía feo a todas las personas que venían en él, incluso hizo arqueadas un par de veces. Roberta Solís, se rehusaba a ser pobre, es por eso que no descansaría hasta dar con "El Hombre" que por fin la sacaría de tanta miseria. Al menos Samuel ya le había regalado visa y pasaporte. Esteban, otro de sus novios, la había llevado a conocer Cancún, porque ella nunca había visto el mar. Rodrigo le había regalado un reloj de oro, y Toño su bolso de diseñador. Sin embargo, ninguno le había regalado la tan anhelada argolla que representaría manutención para toda la vida, y su luna de miel en París.

Roberta estaba en su viejo departamento, el tapiz descolorido y roto en las paredes, un sillón con un resorte salido, una mesa de plástico y una lámpara sin foco enmarcaban el enorme afiche de la ciudad de París. Visitar esta ciudad era el gran anhelo de Roberta, y pensaba que juntándose con las personas indicadas, lograría llegar.

-¿Ya te botaron Roberta?- le dijo Magda, la chismosa del siete, al siguiente día, mientras lavaban la ropa.
-¡Qué te importa! ¡Vieja chismosa!- rugió Roberta.
-Ha de ser que siempre les das el "tesorito" muchacha.- le dijo en actitud burlona - ¿Te digo algo? El Juan se casó conmigo porque no le di nunca - sonrió pícara- Es más, le dije, si no nos casamos, nunca vas a probar lo que es estar con Magda del Rincón. Pero ahí tú sabes -se dio la media vuelta.
-Gracias, pero no necesito los consejos de una vieja chismosa- replicó la muchacha en ira.

Tres meses más tarde, Roberta conoció a Manuel, hijo de una familia pudiente, que iba y venía a París varias veces al año, él era inversionista, trabajaba para una transnacional, y tenía treinta y dos años. El partido perfecto para cualquier mujer. Después de dos citas con él, Roberta lo invitó a cenar y después de la comida, se repitió lo que hacía con todos, las grandes movidas, las felaciones, la lencería atrevida. Después de la acción, Manuel estaba sorprendido y agotado.

-¿Haces esto con todos los hombres que acabas de conocer?- dijo Manuel.

Ella se quedó atónita. No supo que responder. Lo abrazo y comenzó a llorar. Manuel la abrazó con desconcierto.

-No quise ofenderte- le decía mientras le acariciaba el cabello.


La relación siguió por meses. Manuel siempre se sintió culpable por ese incidente, así que llenaba a Roberta de regalos y atenciones. Bolsos, zapatos, y ropa de diseñador llenaban el clóset de ella. Era muy feliz. Tenía todo lo que estaba de moda, iba a los mejores lugares, y ya había conocido Nueva York y las Vegas. Estando en las Vegas se enteró de que Manuel tendría que ir a París dentro de poco, así que lo más probable era que su sueño se concretaría al fin.

-No sabes mamá, es cómo siempre lo soñé- decía Roberta al teléfono- No sólo Manuel se la pasa ocupado todo el tiempo lo que me deja tiempo libre para hacer lo que yo quiera, sino que es como mi propia cuenta del banco- suspiró- ¡Y ahora me llevará a París!

La inocente Roberta no sabía que Manuel la escuchaba detrás de la puerta. Así que Manuel le hizo creer que la llevaría a París, y terminó la relación tres días antes de que partieran hacia la ciudad del amor.

Roberta tenía treinta y cinco años cuando regresó a la soltería. Manuel fue el último "niño rico" con quien pudo establecer una relación. Dicen que intentó regresar con él por dos años, hasta que él se casó. Las malas lenguas dicen que después de este incidente Roberta se deprimió tanto, que casi termina con su vida. Lo cierto es que conoció a un buen hombre llamado Pedro, cuando ella tenía cuarenta años. Él era obrero, y cuidó de ella toda su vida, le remodeló el departamento, y la hizo muy feliz. Sin embargo, Roberta siempre guardó amargura en su corazón, ya que nunca pudo tener hijos, pero principalmente porque nunca pudo conocer París.