19 de febrero de 2011

Alicia y Greta

Greta conoció a Alicia el día que su novio la había dejado. Era un martes triste, de esos en los que te cuesta trabajo levantarte de la cama y el cielo nublado parece un mal presagio. Mientras Greta tomaba una taza de café en una cafetería del barrio, Alicia llegó a sentarse junto a ella. Le llamó la atención el título que la menudita mujer leía, “Mujeres cabronas: como ser más fuerte, sexy e independiente”.

-Creo que hoy me siento débil, gorda y muy dependiente- comentó Greta.
-¿Perdón?-le dijo Alicia.
-Lo siento. Mi novio me dejó hoy. Me siento perdida y el título de tu libro, bueno, nunca me han servido esa clase de libros.
-¡Ya sé! Ni a mí, pero digo, te levantan el ánimo un rato ¿no?-le contestó sonriente.
-Sí, tienes razón. Nunca hago esto con la gente que acabo de conocer, pero ¿Qué tal si vamos por unos tragos? Yo invito- dijo Greta.
-Suena bien, así nos olvidaremos de todos los asquerosos hombres por un rato- comentó Alicia.

Las dos mujeres tomaron sus bolsos y salieron de ahí. Greta miraba a Alicia, no podía creer que acababa de invitar a una mujer a salir. Esperaba que ella no lo tomara a mal.
Alicia era una mujer más bella que Greta. Era como el título de su libro. Tenía el cabello rubio y los ojos verdes, era poseedora de una silueta envidiable y una sonrisa cautivadora. Eso la había llevado a ser la más popular en su preparatoria, a haber terminado más de ocho relaciones, y a tener exactamente treinta y seis encuentros casuales teniendo apenas veinticuatro años de existir. Greta tenía lo suyo, pero era una muchacha tímida con el cabello teñido de rojo, con pecas en el rostro y unos ojos grandes y cafés. Estaba ligeramente pasada de peso y el novio por el que tanto sufría era el único que le ha hecho caso a sus treinta y tres. Sin embargo, no se miraba de esa edad, sino de unos veintisiete. Al menos eso fue lo que le dijo Alicia cuando se subió a su auto. Las dos nuevas amigas se fueron a meter a un pub, donde pronto se encontraban tomando su quinto litro de cerveza, una cantidad enorme para unas mujercitas apenas de un metro y medio por parte de Alicia, y el uno punto setenta de parte de Greta.

-Me gusta tu cabello rojo- dijo Alicia riendo mientras lo acariciaba.
-Gracias- le contestó Greta- ¿Eres rubia natural?-
-¡Sí! Bueno sí y no- dijo coqueta y sonriente- ya sabes me hago rayitos más oscuros, y más güeritos para que se vea así.
-¡Me encanta!- dijo Greta- ¡Se ve precioso!
-¿Sabes que me encanta más?-dijo la rubia-¡Esta canción!

Mientras bailaban al ritmo de “mueve la batidora mami” Alicia le brincó encima a Greta y la besó.

Los siguientes meses fueron pura miel. Greta estaba contenta de que ya no tendría que buscar hombres -ya que nunca tuvo éxito en ello- y pensaba que era genial tener a Alicia como compañera, alguien que la entendía, a quien podía confiarle todos sus secretos sin ser juzgada. Después de pasar juntas las fiestas de fin de año, Greta le pidó a Alicia que vivieran juntas. Ella aceptó. Y ahí fue cuando comenzaron sus problemas.



Como redactora de noticias de una radiodifusora muy importante, Greta comenzó a tener turnos en la madrugada lo cual hacía enojar a Alicia. Discutían a gritos en las mañanas y Alicia insistía en revisarla para ver si no había estado con algún hombre a lo que Greta se negaba rotundamente. Esto ocasionaba las rabietas de Alicia, y era así como la diminuta rubia, comenzó a salir durante las noches que Greta trabajaba. Todo se complicaba cuando las dos tenían el periodo, lloraban, se gritaban, y para la hora de la cena volvían a hacer las paces entre lágrimas. Pasaron algunos meses, y comenzaron a pelear porque Greta, después de casi un año, había adelgazado y ahora usaba la reveladora ropa de Alicia. Greta lucía bien, pero lo que hacía enojar a Alicia era que muchas veces tomara sus cosas sin pedirlas prestadas incluído su maquillaje y hasta su ropa interior. Greta decidió que era hora de actuar, y se llevó a Alicia a la playa. Después de un relajante fin de semana todo parecía estar regresando a la normalidad, tomaban un par de clamatos y lo único que rompía el silencio eran las olas del mar.

-Greti- le dijo Alicia – Tengo que decirte algo muy importante.
-¿Qué pasa pequeña?- le respondío ella.
-Estoy embarazada- dijo la rubia sin rodeos. Greta no lo podía creer, era como si le hubieran tirado un balde de agua fría encima.
-¿¡Qué dices!? ¿Qué me estás diciendo? ¡Eres una cualquiera! ¡Sabía que no te ibas a resistir! – le decía Greta mientras aventaba cosas dentro de la habitación.
-¡Es tuyo Greti! ¡Es nuestro hijo!- dijo Alicia.
-¿Mi hijo? ¿De verdad me crees tan imbécil? ¡No lo puedo creer Alicia! ¡Después de todo! – reclamaba Greta.
Tocaron a la puerta.
-Seguridad. ¿Todo bien?- ¡Sí! ¡Estamos bien, gracias!- gritó la pelirroja.
Bajó su tono un poco – Desde que te conocí sabía que eras ese tipo de chica, sólo no lo quize aceptar- continuó- ¡Creí que esto era real, pero ya vi que no! Mañana mismo te quiero fuera de la casa. ¿Me entiendes?
-Greti, es tu hijo, te lo juro. Si quieres vamos a hacer pruebas de ADN cuando nazca. Aparte, ¿A dónde más voy a ir? Desde que ando contigo mis papás no me hablan, y todavía ni acabo de estudiar – la güera se sentó a llorar. Greta se conmovió.
-Mira, no te preocupes ¿Sí? Si dices que es mío te creo. Vamos a salir a adelante. Ya verás.

Los siguientes nueve meses fueron un suplicio para Greta. No podía creer que Alicia la engañara diciéndole que el hijo era suyo. Cada día que pasaba era consolar los llantos de Alicia, conseguirle los antojos, y convercerla de que no se veía gorda. Cuando por fin después de casi cuarenta semanas le comenzaron las contracciones a Alicia, la pelirroja no podía estar más feliz. La llevó al hospital, y después de cuarenta y seis horas en labor de parto, el pequeño bebé nació. Greta besó la frente del bebé y de Alicia, salió del quirófano, y caminó hacia su auto convencida de no volver jamás.

Nunca volvió a salir con chicas. Se casó con un hombre feo y panzón pero con mucho dinero, y no tuvo hijos.