16 de noviembre de 2011

El flechazo

Se conocieron en un taxi. Ella trabajaba en Polanco, y él era taxista de sitio en la zona. Era un Jetta negro, con quemacocos, del año. Después de varios minutos arriba de la unidad, la chica estiró las piernas en señal de alivio y él miró discretamente.

-¿Hay mucho tráfico?- preguntó ella.

Ella nunca hablaba con los taxistas, pero notó esa mirada, y la puso nerviosa.

-Ah…sí, no tienes una idea.

Él tenía la piel bronceada, el cabello chino y corto, traía una camisa polo blanca, y tenía ojos redondos y negros. Se podría decir que era apuesto. Un “taxista guapo” como ella lo llamaría.

-Es que es 15 de septiembre, ¿qué me esperaba, no?

-Sí, jajá.

-¿Y ya llevas mucho tiempo manejando?

-Sí, diez años.

-¿Cómo crees?

-Sí, en serio.

-¿Y cuántos años tienes?

-Veintitrés.

Ella sintió algo en el estómago. Le llevaba cuatro años y tenía uno de haber salido de la universidad. Se sintió pequeña, como una niña que había vivido atrapada en una burbuja todos estos años.

La conversación comenzó a fluir. Él le contó que había tenido dos autos antes de poder comprar el Jetta, de su problema con el alcohol, y de cómo estaba logrando superarlo. Ella no le contó mucho, pero lo escuchaba con empatía. De pronto la conversación se volcó sobre las tragedias de la ciudad, esas que todos viven pero que ya no cuentan por ser tan comunes.

-A mí me trataron de quitar el Jetta, me pusieron una pistola en la cabeza, y no sé cómo pero me resistí. El tipo jaló el gatillo dos veces y la bala no salió.

-¿Cómo crees?

Sintió que le removieron las entrañas. Pensó en el pobre chico peleando con unos criminales que hubieran preferido acabar con su valiosa vida solamente por un carro. Los ojos se le llenaron de lágrimas pero se contuvo, y miró hacia afuera.

-Sí, es que me da coraje, uno se hace de sus cositas con mucho esfuerzo, para que alguien llegue y te las quite así nada más. No se vale. ¿En dónde te voy a dejar?

-Ah sí, aquí vuelta a la derecha y ahí me quedo- dijo, señalando un zaguán.

-Perfecto.

-¿Cómo te llamas?

-Ignacio, ¿y tú?

-Alicia, mucho gusto.

-Mira, te voy a dar mi tarjeta, y cuando necesites un servicio me llamas, ¿sale?

Ignacio le dio la tarjeta y sus manos se tocaron por un momento. La chica de cabello castaño y ojos miel se puso nerviosa. Sonrió.

-Siempre se me ofrece, seguimos en contacto, ¿Vale?

Ignacio dibujó una sonrisa y le regaló el viaje. La chica se bajó atontada, y lo vio alejarse. Definitivamente Ignacio la había conquistado, pero debido a sus sueños de grandeza (que incluían un marido millonario), no podía permitirse el amor con un taxista, así que rompió la tarjeta en cachitos, la tiró en la baqueta de su casa, y nunca más volvió a solicitar servicios de ese sitio.

2 comentarios:

  1. Que tal, me agrada que te dediques a la literatura. De este cuento, te puedo decir que iba digamos bien al inicio, pero lo terminas de un modo un poco abrupto y con demasiadas explicaciones, nunca debes subestimar la inteligencia del lector. El título es demasiado sugestivo, pero ya sería cuestión de gustos. Saludos. Yo también escribo, cualquier cosa ese es ni nombre de facebook.

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  2. Bueno depende con qué quieras que se queden...¿No crees? A veces no me gusta dejar (tanto) a la imaginación. Saludos.

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