15 de septiembre de 2014

Mi amiga, Soledad.

La conocí desde muy pequeña. Cuando mi hermano venía a tocar a mi puerta para jugar conmigo, la prefería a ella. Me escuchaba, sin juzgar, sin replicar. Mientras iba creciendo, me acompañaba a todos lados, incluso cuando me escondía detrás de la puerta de mi clóset y lloraba en silencio mientras mis papás peleaban a gritos. La preferí sobre un novio que tuve en la preparatoria. No podía soportar el compartir mi tiempo con otro ser humano en ese entonces ¿para qué? Me decía, mientras me armaba de valor para ponerle punto final. Preferí a mi amiga, antes que a los amigos y los primos. Cumplir con compromisos sociales me daba flojera y mi puntualidad siempre ha sido la peor que hay. Si alguien requería de mí, seguía siendo tan tentadora, que corría hacía ella sin importarme a quién afectara. Quién diría que ahora pasaría los días llorando porque, efectivamente, los amigos han ido y venido, pero la que queda aquí a mi lado, es Soledad.