23 de septiembre de 2010

La muerte primera ( #ihatementoday )

Como bien dice aquella película, no hay peor muerte que morir por pendeja. Tiene razón. Me llamo Maritza, y tuve un novio al que adoraba más que a cualquier otra cosa en el mundo. No es que yo quisiera que las cosas fueran de esa forma, era que yo ya no lo podía controlar. Me fui de fin con él a Acapulco. Bueno, no íbamos solos iban sus hermanos, Ariana y Beto. Conocía muy poco a Ariana pero me tiraba buena onda, y yo pienso que ya me había ganado un huequito en el corazón de Beto después de dos años de andar con su hermano.

Mi tormento se llamaba Leo. Bueno, Leonardo, pero ya saben. Yo lo trataba como si fuera la persona más importante sobre la faz de la Tierra, dejaba de ver amigas, familia, y todo por él. Yo era la envidia de todas porque sucede que Leo era muy popular en la uní. Aguante muchas cosas sólo por eso. Lo triste era que de repente sí se daban cuenta que él no me trataba tan bien. Pero bueno, estábamos en Acapulco…Yo creía que me la iba a pasar de ensueño con él, pero resultó que Leo andaba como de malitas esos días, incluso llegué a pensar que igual y ni quería que yo fuera porque iban sus hermanos. Ariana iba con su novio, y Beto iba con un amigo. Nos quedamos en el Mayan. La onda era que sólo había una cama que habíamos acordado sería para Ariana y el novio, y nosotros nos quedaríamos afuera en la salita. Desde ahí no me hizo tanta gracia. Total que una noche las cosas salieron de otra manera y acabe con Leo en el cuarto. Yo le rogaba para que hiciéramos el amor porque moría de ganas y la playa, el clima, y todo me inspiraba. Él no quería y más bien me daba leves empujones y terminó volteándose para el lado contrario. Me sentí fatal.

No vale la pena que yo les cuente todas las groserías que me hizo, como cuando fuimos al antro, nos la pasamos maravilloso, la gente nos decía que hacíamos bonita pareja, y no sólo eso, dos que tres chavos le comentaron que tenía una bella novia. Bueno, bonita. Esto pasaba muy a menudo cuando salíamos, lucíamos bien juntos supongo. La verdad es que me encantaba que la gente dijera cosas, pero como dicen por ahí, nadie sabe lo que pasa detrás de las puertas, y la neta era que cuando nosotros nos quedábamos a solas, el no quería estar conmigo. Ese día llegamos como a las siete de la mañana al hotel, ya que la habíamos pasado tan bien, me quite la falda y me puse sobre él en la cama para darle un beso. El se volteó y bajo la mirada, seguido de un "estoy muy cansado".

Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero decidí ponerme la pijama y dormir. Me sentía pésimo, lloré, y mi estado normal al lado Leo ya era más bien depresivo, pero crónico. Siempre estaba triste.

Más tarde fuimos a la playa y Ariana y su novio rentaron unos jet skiis. El del era Ariana y su novio, y yo con Beto. Beto me dijo que si quería manejar y le dije que sí. El lanchero, o bueno el don este que rentaba las motos estas, dijo que teníamos que pasar las olas hasta altamar para que el mar no nos aventara. Se me hizo un poco lejos pero lo escuché.

Beto y yo avanzamos hasta altamar. De repente, de la nada se levantó una ola enorme. Por más rápido que avanzáramos nos iba a caer encima. Traté de maniobrar pero fue inútil. La ola nos arrastró, el jet skii me cayó encima, y me hundí.

Mientras estuve bajo el agua, fue todo tranquilidad. Quería morir, mi vida era una tristeza. Dije "para qué luchar por salir a flote, esto es más fácil". Estuve a punto de simplemente desabrochar el chaleco salvavidas, ya que por la gran cantidad de agua de la ola, no estaba sirviendo mucho traerlo. Me dejaba ir cuando escuche una voz: "¡Maritza!"

Era Beto, sosteniendo mi muñeca me sacó del agua. Me ayudo a subir en el jet skii de nuevo. Yo tenía una herida en la pierna del golpe que me dio cuando se volteó. Pronto llegaron a auxiliarnos y nos llevaron hacia la costa. Cuando llegué, Leo me recibió muy enojado y me dijo: "¿No que sabías conducir estas cosas? ¡Pudiste matar a alguien! Yo simplemente, no lo podía creer. Mi herida fue atendida, y pasé la tarde descansando en el hotel. Al regresar a la ciudad, no hubo más remedio que cortar con él.

Y es por eso que #Ihatementoday

15 de septiembre de 2010

Sobre el Bicentenario...

México cumple hoy 200 años del inicio de la lucha por la independencia, y próximamente cumplirá 100 años del inicio de la Revolución Mexicana. Lo triste es que a pesar de toda la sangre derramada hasta hoy, las vidas, y el sacrificio de muchos, el país continúe atado y a merced de muchos. Me sorprende la infinita indiferencia que tenemos con el de al lado. Y es que si yo estoy bien, los demás ya no me interesan.

Recordemos Haití. Después del terrible terremoto que azotara a dicho país a principios de este año, "todo el mundo" unió esfuerzos para reconstruir Haití, y las muestras de apoyo fueron desde donaciones en especie, hasta conciertos organizados por artistas a beneficio de dicha causa. Los mexicanos no se quedaron atrás y llenaron todo centro de acopio habido, y a pesar de que la prensa informaba que no sólo era difícil ingresar la ayuda al país, sino que los distribuidores de dichos bienes tenían el cinismo de vendérselos a las personas que los necesitaban, la ayuda seguía llegando y llegando.

¿Qué tal si recordamos el terremoto en Mexicali? Nuestros connacionales suplicaban por ayuda, y lo irónico fue que nunca llegó. Una parte, sí. Sin embargo no abarrotamos los centros de acopio con bolsas llenas de despensa, no fuimos al banco, y mucho menos hicimos eventos a beneficio de los que de verdad nos necesitaban. Lo mismo pasa con las inundaciones, los huracanes, y cualquier otra tragedia que sea accidente o consecuencia, ocurre en este punto geográfico.

Los 15 de septiembres siempre somos mexicanos, sin embargo pasamos todo el año etiquetando a los "indios", a los "mugrosos", y a los "pobres", por mencionar algunos, ya que no cuento a todas esas personas que son juzgadas y estereotipadas por su simple aspecto. Los quinces, las rubias de ojo azul, se visten de "indias" por diversión. Los quinces en el Zócalo, todos celebran porque somos un país "libre". No nos acordamos de los usos y costumbres que todavía permiten que un padre venda a sus hijas. Los quinces en general, nos ponemos una buena peda, porque no celebramos la independencia, puesto que la misma es el pretexto para ingerir alcohol en cantidades industriales.

En México, extranjeros nos gobiernan. Apellidos de otros países, llenan las cámaras, y ladrones vestidos elegantemente, extraen el dinero que le corresponde a los necesitados. En México, hay cuarenta millones de pobres, pero de aquí también es el hombre más rico del mundo. Hay tragedias que todavía duelen, y tratan de engañar a las personas tapando el sol con un dedo. Nos gusta adoptar modismos y costumbres de otras culturas, pero desconocemos en sobremanera las raíces y las premisas de las culturas que fundaron este país. Nos encanta hablar y aprender otros idiomas, pero no tenemos idea de los múltiples dialectos que existen a lo largo y ancho de México.

En medio de las celebraciones del Bicentenario, sería bueno hacer una reflexión sobre a dónde queremos llegar como país. Cosa que no será posible por los múltiples intereses que nos mueven, tanto a gobernados como a gobernantes. En lo personal, siento que hay muchos Méxicos, como el México hostil que se le presenta al indígena que vive en la ciudad. El México amable y complaciente que se le presenta a los extranjeros y a los ricos. El México que cada quien vive, y que todos evitamos homogeneizar.

9 de septiembre de 2010

Sólo un instante...

Me tomó en sus brazos. Fue sólo un momento. Por mi parte, sentí lo más sublime que cualquiera podría sentir en los brazos de alguien que ama. Sus manos sobre mi espalda hacían que me estremeciera, y lo que más deseaba era que ese suave toque no terminara nunca. Me besó en la mejilla y pude percibir su dulce aroma, el que siempre percibo y al que soy adicta pues no puedo vivir sin él. Todo esto paso en tres segundos y siete milésimas de segundo. Sin embargo no puedo yo negar que para mí se detuvo el tiempo en ese preciso instante, en el que el suave toque y el anhelado beso me hicieron vibrar.

5 de septiembre de 2010

La boda mortal

Desde que Juan Romero comenzó a salir con Juliana Jarabo, la hija del hombre más rico del pueblo, la gente comenzó a hablar. No sólo se preguntaban por qué Juliana podría prestarle atención a un hombre tan despreciable y feo, sino se preguntaban si había una pizca de amor propio en ella por hacer tan mala elección.

Juliana no tenía un rostro bello, pero tenía una mirada amable, un cuerpo deseable, y un cabello café profundo y brillante que cautivaba. Tenía un gran complejo inculcado por su madre la cual le llamaba prieta desde que era niña, y cuando creció Juliana siempre sintió que por su apariencia física no podría conseguir que un hombre se fijara en ella. Fue ahí cuando Juan hizo su jugada clave ya que pensó que al casarse con la hija del hombre más rico del pueblo aseguraría no sólo un buen trabajo, sino su futuro.

Juan era un hombre sin principios. Un gañán como dirían las malas lenguas del pueblo. Se sabía que había asesinado a un hombre hace unas decádas, y el caso fue cerrado por falta de pruebas. Se sabía que le había robado al que fuera el hombre más rico del pueblo en el año de 1984, Don Alberto Rodarte, un español que había venido a México después de su retiro y que murió en un incendio que él mismo originó al quedarse dormido con un cigarro en la mano. Se sabía también que Juan Romero era un mujeriego y que ninguna mujer lo había convencido de llevarla al altar.

Poco sabía Juan con que lo enfrentaría el futuro, ya que al convertirse en el enamorado de Juliana descubrió a la mujer más obsesiva e insegura que hubiera conocido jamás. Juliana se ponía celosa de cualquier mujer que se le acercara a Juan incluídas las de su familia. Juan pensaba que con el tiempo los miedos de Juliana se disiparían hasta que todo fuera paz y tranquilidad. Lo cierto es que con el tiempo Juliana era cada vez más insegura y no sólo se comparaba con otras mujeres, intentaba cambiarse a sí misma para no verse tan prieta, y gustarle más a Juan.

Los planes de boda fueron un infierno. Juliana lloraba porque el color blanco sólo hacía que su piel oscura resaltara más. Juan sugirió cambiar el color del vestido, pero eso sólo pondría más en duda el honor de ella. Después de meses de buscar vestidos, elegir flores, y probar pasteles, llegó el tan esperado día.

Juliana y Juan pelearon desde el amanecer. Ella argumentaba que no sólo se veía prieta con el vestido, sino que se veía gorda. Juan le gritó que estaba harto de ella y le dijo que la vería hasta la hora de la ceremonia. Juliana se veía como un ángel, su piel oscura brillaba como nunca, y las orquídeas de su ramo daban un toque de ternura. Mientras Juliana caminaba al altar, Juan no la miró. Repitió los votos matrimoniales vanamente, inclusó titubeó. Las lágrimas escapaban de los ojos de ella, pero no eran de felicidad, eran porque ella sabía que lo más probable, era que Juan se arrepintiera de último minuto.

No fue así. Juan y Juliana se casaron ante Dios y los hombres. En la fiesta, Juan ignoraba a Juliana aunque la tenía a un lado. Ni siquiera la miraba, estaba harto y pensaba que podría hacer en un futuro cercano para librarse de ella. Juan decidió que lo mejor sería disfrutar de la velada, y después de una botella y media de tequila, llegó la hora de partir el pastel.

Todos los invitados se reunieron para ver a los novios cortar el pastel. Juliana tomó un poco de merengue en sus dedos y lo embarró en la nariz de Juan. Él rió, y tomó otro poco y lo embadurnó en la mejilla de ella. Ella se acercó para besarlo cuando Juan tomó un pedazo entero del pastel y lo aplastó en el rostro de Juliana. Se le hizo fácil seguir el mismo juego cuando tomó otro trozo y lo embarró de nuevo. Juliana se estaba ahogando, y hacía señales, pero nadie hizo nada. Todo el pueblo miraba con horror a Juan, ya que entre gritos y golpes, Juliana expiró.

Con el rostro lleno de pastel de bodas, Juliana fue llevada a la capilla a recibir los santos óleos, aunque ya era demasiado tarde. Fue limpiada y enterrada esa misma noche con su vestido de boda y hasta hoy se cuenta la leyenda de una novia que pasea por las calles del pueblo en las madrugadas llorando por un mal de amor.

Juan por su parte, fue llevado a la capital, donde fue sentenciado a una condena de cadena perpetua, pero finalmente, fue asesinado en la cárcel después de que se supiera el acto tan monstruoso que cometió. Todo esto se habla aún en el pueblo, aunque estos hechos ocurrieron hace más de diez años.