22 de junio de 2010

Marejada

Te escribo desde que te recuerdo. Aún veo tu mano pegada al vidrio del auto en el que te forcé a entrar. Las lágrimas que corrían por tus mejillas. El sombrero que llevabas puesto. Cada día despierto sintiéndome menos vivo, como si todas las energías que pudiera haber tenido en la vida se fueron contigo. Como si todos los sentimientos que alguna vez pude haber sentido por alguien hoy están enterrados en lo más profundo del mar. Te recuerdo, y cada vez que lo hago siento que una marejada me arrastra. Aquí usamos armas, tenemos enfrentamientos casi a diario y no siento nada. Es como si tomar ese cuerno fuera como escribir. De cierta manera escribo el destino de todas esas personas a punta de pistola, uno vive, otro muere, y aún no alcanzo a decidir que haré con mi propia vida. Qué haré sin ti. Esta es una de esas cartas de las que nunca envías, así que tú no vas a leer esto. Pasaré de largo, en tus recuerdos. Tal vez ni me recuerdas ya. Vives con un hombre decente y tienes una familia decente. En cambio yo, bueno, creo que no te voy a contar de eso. A veces imagino tu cara sonriente con una panza prominente. Es nuestro hijo, y como en los viejos tiempos, me dices que quieres que se llame como yo. Te abrazo y sonrío. Abro los ojos para ver que en realidad, no abrazo más que una bola llena de plumas que me sirve de nada, y junto a mí hay una mujer indigna. Siento que una marejada me arrastra cada que te recuerdo porque un dolor latente dentro de mí se enciende cuando pronuncio tu nombre y casi no lo hago. No escribo mi destino, más lo único que hago es condenarme. Escribo al recordarte y me deprime que nunca volveré a verte mientras el mar de olvido me arrastra al abismo cada día. Como un recuerdo taciturno vives en mi mente. Se ha desfigurado tu sonrisa y repruebas mis actos. Trato de venir ante ti pero no puedo. Debes tener una familia y no conmigo. Junto a mí, la indigna tiene familia de todos y ella es de nadie. Te recuerdo con tristeza y la marejada me pega tirándome al olvido.

16 de junio de 2010

Máscaras

Rocío era alta, morena y delgada. Aunque bella, no resaltaba entre la multitud. No enseñaba las piernas usando diminutas minifaldas. Tampoco le gustaba ir a la universidad con escotes profundos para obtener más atención de sus compañeros y maestros. Se consideraba una mujer promedio, una estudiante promedio, y una joven no muy deseable, ante los ojos de los hombres.


Es por eso que cuando Rocío comenzó a salir con el muchacho más popular de la universidad, que llamaremos "donjuán", se volvió loca. Recorría los centros comerciales buscando ropa con escotes profundos. Tacones altos. Bolsas llamativas, maquillaje irreverente. Todo para gustarle más a su novio, quien gustaba de tales cosas dentro de la habitación. Fuera de ella, él también actuaba de acuerdo al promedio. Quería un estereo que casi tronara las bocinas de su auto. Quería ir los viernes a fiestas con sus amigos y emborracharse, quería conocer otras chicas para después de la fiesta, irse a acostar con ellas. Quería derrochar un poco de dinero, quería viajar. Quería lucir perfecto ante todas las admiradoras que tenía en la universidad, y por encima de todo, quería que Rocío fuera perfecta.



Rocío jugaba con todo. Hacía chistes de los temas más serios que existen. –“Estoy tratando de tener una relación adulta.”- le dijo su donjuán un día. Rocío lloraba por las noches por sentirse incomprendida y pendeja. Lloraba de desesperación los viernes en la noche cuando ella estaba en su casa y sabía que el se revolcaba con amiguitas. Sin embargo, Rocío aguantaba todo esto por una sóla cosa: ver la cara de envidia que ponían sus amigas cada vez que veían a Rocío con donjuán.-“No sé que le pudo haber visto donjuán a esa piernas de popotitos “– decía una de ellas. –“No es lo que le vió, es lo que le dio.”- decía otra. Risas al unísono.



Rocío llamaba la atención cuando estaba con donjuán. Era una sensación única. Los muchachos más apuestos de la universidad platicaban con ella. Las muchachas más bellas fingían interesarse por su plática. La invitaban a fiestas de gente popular, y era tomada en cuenta para los eventos más exclusivos de los estudiantes, sólo por ser la pareja oficial de donjuán. El mayor problema de Rocío, era paradójicamente, estar con donjuán. Era una mujer sumamente celosa, posesiva, y controladora, y el que donjuán estuviera con muchas mujeres, la frustraba. Se preguntaba por qué no era lo suficientemente buena para él.



Él por su parte, hacía un buen rato que había perdido el interés en ella. Se gastaban las noches y parte de los días peleando. Sin embargo, en público eran como un bombón. Donjuán sonreía todo el tiempo y ella brillaba como si fuera la mujer más feliz del mundo. Él la trataba con dulzura, y ella lo besaba con pasión. En las fiestas, ella era la envidia de todas, y eran, como pareja, envidiados por todos. – Rocío y donjuán son taan felices…-decían todas sus amigas. Al llegar al cuarto del hotel, se hacía un gran contraste, Rocío trataba de besar a donjuán para tener un encuentro apasionado, pero éste se volteaba. Él era distante y frío con ella en privado. Rocío dormía en el sillón, llorando toda la noche por lo que no podía ser.



En una de las fiestas donde lucían encantadores, Dora, mi mejor amiga le pregunto a Rocío:



-Chío, ¿ Eres feliz con donjuán?-



-La más feliz Dora, la más feliz.- dijo, sosteniendo su máscara de carita feliz, mientras secaba sus lágrimas manchadas de rímel.

15 de junio de 2010

La mujer que odiaba a Lolita Páprika

Rosario siempre había estado celosa de su amiga, Lolita Paprika. Rosario era una chica de estatura pequeña, gorda, de ojos obscuros, mentón grande, frente prominente y dentadura normal. Por otra parte Lolita Páprika fue una niña de ensueño desde pequeña. Con su cabello rubio oro, sus ojos grises y su sonrisa brillante, convenció a su papá de comprarle un pony a los 5 años, y de comprarle un Camaro a los 15. Básicamente Lolita podía conseguirlo todo, por su belleza y gracia.

Rosario conocía a Lolita desde la primaria. Sus mamás fueron amigas por un tiempo pero todo acabó aquella trágica tarde de verano en la fiesta de cumpleaños número ocho de Lolita Páprika en la alberca, en la que Rosario pateó a Lolita en la espinilla, la cual cayó inevitablemente al agua y estuvo a punto de ahogarse debido a que no podía nadar del dolor. Rosario recuerda la cara horrorizada de todos los niños viéndola mientras la Señora Páprika les pedía a ella y a su mamá muy amablemente que se retiraran de la fiesta. Sin embargo, deben ustedes saber que Rosario no pateó a Lolita en vano. La pateó después de que la menudita rubia le dijera “gorda de mierda”, palabras que la traviesa Lolita había oído de labios de su papá. El resto lo saben ustedes.

La verdad es que Lolita y Rosario no eran amigas; siguieron en la misma escuela y al llegar a la prepa, Lolita era una hermosa muchacha, delgada, rubia, sonrisa impactante...bueno, ya lo saben, era hermosa. En cambio Rosario tenía 17 años, pero parecía de treinta. Lolita Páprika era la más popular de las populares de la escuela y era novia del muchacho que le gustaba a Rosario. La vida no podía ser más injusta. Rosario la odiaba en secreto. Debido a ella, la obesa niña no tenía amigas ni amigos, mucho menos alguien que se le acercara con otras intenciones. Desde el día de la fiesta de ocho años de Lolita, nadie le volvió a hablar.

Rosario tenía fotos de Lolita, de los anuarios y fotos grupales. Se encerraba en su cuarto y les pintaba bigotes, les lanzaba dardos, y escribía obscenidades sobre ella. Los compañeros de Rosario no sabían nada. Ni la misma Lolita se acordaba ya de Rosario. Era como un mueble, otra banca en el salón. Pronto la hermosa muchachita comenzó a modelar, aparecía en revistas y comenzó a ser famosa. Rosario compraba las revistas y las quemaba.

Las dos pasaron a la universidad donde finalmente se separaron. Rosario por fin pudo hacer amigas y amigos, consiguió un novio y sintió una pertenencia. Lolita Páprika por su lado, fue más popular que en toda su vida y consiguió un programa de televisión. Anunciaba refrescos, papas, y salía en la T.V. de paga. Rosario no lo podía creer. La odiaba más que nunca porque sabía que ni aunque lo intentara cien años iba a poder ser como Lolita.

Un día, muy preocupada y exhausta de urdir tantos planes que no podría llevar a cabo en contra de Lolita, le preguntó a su novio señalando la foto de Páprika:

-Mira, ¿Crees que es bonita?- dijo con los ojos inundados.
-No me gusta, mira que dientes.
-¿Qué? ¡Son perfectos!- dijo sorprendida.
-No, no estás mirando bien.

El galán de Rosario, señaló la dentadura de Lolita en el papel. Un diente de la infancia que nunca había bajado vivía en la encía del lado izquierdo de la muchacha, lo cual hay que mencionar, no le quitaba su belleza.

Rosario nunca lo había notado en todos los años que la conoció. La obesa mujer decidió que al menos en algo era mejor que la millonaria Lolita y jamás la volvió a mencionar.

12 de junio de 2010

La mujer y su imagen

Mi única ambición es llegara escribir un día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer. (…) Pues entiendo que una mujer no puede aliviarse de sus sentimientos y pensamientos en un estilo masculino del mismo modo que no puede hablar con voz de hombre.
Victoria Ocampo, Cartas a Virginia Woolf


Rosario Castellanos, nos presenta una teoría sobre la imagen de la mujer, un mito. El mito de la mujer según Beauvoir está sostenido por el hombre ya que “el (hombre) convierte a lo femenino en un receptáculo de estados de ánimo contradictorios y lo coloca en un más allá en el que se nos muestra una figura, si bien variable en sus formas, monótona en su significado. Y el proceso mitificador, que es acumulativo, alcanza a cubrir sus invenciones de una densidad tan opaca; las aloja en niveles tan profundos de la conciencia y en estratos tan remotos del pasado que impide la contemplación libre y directa del objeto, el conocimiento claro del ser que ha sustituido y usurpado.” En esta declaración la autora nos presenta una verdad que ha permanecido callada hasta ahora, la de la mujer que debe llenar cada estereotipo que le marca la sociedad, es decir, si una mujer desea ser tratada como “decente”, “ramera”, “esposa”, “amante”, “sumisa”, etc. Desde pequeñas son educadas de acuerdo al papel que tendrán que hacer a la perfección cuando crezcan, ya sea de madre o de esposa, la mayoría de las mujeres se abandonan a sí mismas. Octavio Paz en el “Laberinto de la Soledad” nos dice que las mujeres no crean estos arquetipos sino que ellas sólo los llenan y ése es un problema ya que ellas no son creadoras de su destino, sino que se sujetan a los diversos cánones y normas ya establecidos.

En “La mujer y su imagen” Rosario Castellanos nos presenta el escenario en el que se desarrolla la mujer: transformado y hecho por el hombre, donde las féminas juegan un rol pasivo y dependiente. Hace críticas fuertes a la condición socialmente aceptada de la mujer e incluso lo trata con un aire de ironía cuando dice:
“No todas tienen la etérea condición que les supone. (…) Sexo débil, por fin, la mujer es incapaz de recoger un pañuelo que se le cae, de reabrir un libro que se le cierra, de descorrer los visillos de la ventana al través de la cual contempla al mundo. Su energía se le agota en mostrarse a los ojos del varón que aplaude la cintura de avispa, (…) la palidez que revela a un alma suspirante por el cielo, el desmayo de quien no soporta el contacto con los hechos brutales de lo cotidiano. Las uñas largas impiden el uso de las manos en el trabajo. (…) El viento, que desordena los rizos, que irrita los ojos, que arremolina la ropa.”

En este pasaje de su ensayo Castellanos nos muestra la imagen que muchas mujeres proyectan atraer a los hombres. La mujer desvalida que no puede hacer nada si no tiene a un hombre al lado que sea su salvador. Más adelante hace una comparación de la mujer con el concepto de “el hada del hogar” dechado en el que toda criatura femenina debe aspirar a convertirse que menciona Virginia Woolf y que Rosario, mencionaría también en su “Lección de Cocina” en donde claramente observamos cómo experimenta un cambio en la concepción de sus ideas en donde podemos ver cómo sobrelleva el hecho de pertenecerle a alguien más. En “Lección de Cocina” ella añora arreglarse y salir por la calle, esperando a ser abordada por un hombre maduro. Sin embargo, le advierte fuertemente a “este hombre” que ella es propiedad de un marido muy celoso, esperando a que él se aleje. Aunque, si por alguna razón pudiera llevar sus aventuras carnales a cabo, quisiera que a la hora de la despedida o la decepción ella no sintiera y que no le doliera, a diferencia de lo que tendría que ser en otro momento, en el cual ella debería de llorar y lamentarse por el desprendimiento de su hombre.
Desde el punto de vista estético, Rosario Castellanos menciona la visión que la sociedad tiene de la mujer como un objeto bello que sólo debe de preocuparse por su persona y su macho, ya que es lo único que se admira de ella. No tiene participación en el estudio, la política y la religión (en el aspecto mítico de lo que es la mujer). En el ámbito ético, la mujer no tiene por qué actuar en forma impulsiva, sólo debe de cumplir la función de un ser que debe obedecer a otra persona de la misma forma en el aspecto intelectual la mujer no puede pensar “Un cráneo pequeño encierra un cerebro pequeño y el cráneo de la mujer es minúsculo. No solo el peso y el volumen son menores si los compramos con el cerebro masculino.” Esta no es la única manera en que la fisonomía de la mujer es atacada al paso de los años. Octavio Paz en “Máscaras Mexicanas” nos dice que la mujer tiene una constitución física abierta y que por esa herida que nunca cierra, la mujer no es respetada ni puede ser alguien de confianza, ya que entre hombres el chiste es no rajarse, y la mujer es “rajada” de nacimiento. La fatalidad de su anatomía abierta la hace inferior, ya que al entregarse se abre, lo cual significa una debilidad y una traición.

Rosario contempla desde un punto fuera de la lectura el modo en el que la mujer ha sido creada, moldeada y manipulada por el hombre. Es impactante la forma en la que ella va describiendo su matrimonio comparado con lo que sería una receta de cocina. Cuenta cómo se ha ido convirtiendo en aquella mujer que debe ser al lado de un hombre, a pesar, de no poder acostumbrarse a su nuevo nombre, a la nueva vida que ella no eligió. Después de un encuentro con su marido, Rosario reflexiona, “prefiero creer que lo que me une a él es algo tan fácil de borrar como una secreción y no tan terrible como un sacramento”.

Rosario propone que la mujer sea más veraz, más auténtica con ella misma y que luche por sus ideales, aunque hay en su ensayo “Lección de Cocina” una frase que nos deja pensando si ella misma está a punto de rendirse a los cánones sociales y culturales de la sociedad cuando dice “he de mantener la casa impecable, la ropa lista, el ritmo de la alimentación infalible. Pero (…) no se me concede un día libre a la semana, no puedo cambiar de amo.”
Más adelante comenta de su papel de dama de sociedad (lo que ella criticaba en “La mujer y su imagen”) y cómo gasta sus ratos de ocio en ciertas actividades que le corresponden a un ama de casa sumisa y fiel.


Sobre "La Mujer y su imagen" y "Lecciones de Cocina" de Rosario Castellanos

11 de junio de 2010

La impresión del amor

Era un día nublado y lluvioso. El esmog citadino bloqueaba cualquier clase de paisaje visible. Juan había salido de su trabajo en la fábrica, y en la ciudad llovía sin parar. Se respiraba un ambiente húmedo y sucio. Juan corría por la acera tratando de encontrar un lugar donde resguardarse, y al intentar brincar un hondo charco, cayó y se lástimo el pie.


Se arrastró hasta un callejón y muy adolorido se sentó en el suelo. Acto seguido revisó su pie. Ahí fue donde la escuchó por primera vez. Un sollozo pequeñito venía de algún lado y él no distinguía de dónde.

Pronto Juan se acercó a un montón de basura. La removió un poco, y encontró a la mujer más hermosa que hubiera visto. Era rubia, de ojos claros -no podía ver el color por tantas lágrimas- de pechos enormes, y lo mejor, estaba casi desnuda Ella era la contraportada del periódico de ese día. Su nombre era Natasha.

¿Por qué lloras?- preguntó Juan-¡Sólo déjame en paz boludo!- replicó la monumental figura argentina impresa en el papel barato. Juan la tomó entre sus brazos. -Ya, deja de llorar.-le dijo mientras un hombre pasaba y lo miraba de manera extraña. -¡Mirá que me estoy mojando!-Juan reaccionó, la metió dentro de su chamarra y caminó hasta su casa.

Ella le contó de cómo se había enamorado de un hombre que compró la publicación en la que aparecía, fue romántico al principio pero después de haberla utilizado para satisfacer sus necesidades fisiológicas, terminó botándola en el montón de basura en el que la encontró.

-Todos los hombres son iguales. Prometen no cumplen, por eso sho, sha no me voy a enamorar, ¡Nunca!

-No digas eso Natacha.-dijo él.

-¿Natacha? ¡Que es Natasha! ¡Shhh!, ¡shh! practica...

-Shhh...bueno no digas eso, yo no te voy a tratar mal.

Natasha sonrió. Juan la consoló y de pronto hablaron de todo. Ella de los sueños de modelaje y él de sus esperanzas en regresar a su tierra con muchos billetes para no volver más a la ciudad.

Juan besó a Natasha. Sobre la cama del sarape sucio y polvoso, se amaron.

Por semanas todo fue felicidad, aunque las cosas se complicaban un poco cuando Juan se iba al trabajo. -Seguro que ahí me engañás con alguien.- le decía Natasha. Él le decía que no, y ella insistía en acompañarlo al trabajo sólo para corroborar. La discusión era siempre la misma y Juan terminaba por arrugar a Natasha y salir de la casa apresurado.

Natasha lloraba por las tardes y ya los vecinos se habían quejado de ella pues no dejaba de contarles a todas horas los malos tratos que le daba Juan. Hasta Doña Catita, la señora más chismosa de la vecindad, estaba harta de escucharla. Natasha decía que Juan la engañaba con la vendedora de la recaudería, la de la tienda y muchas más.

-Venga para acá Juan- le dijo un día la portera - debería controlar a esa fierecilla que usted tiene. Esas mujeres son malas, pero ustedes los hombres se ciegan nada más con ver semejantes cosotas. Mejor encuentre una muchacha dulce, decente. Yo sé lo que le digo. - Juan asintió con la cabeza en silencio, sin saber qué hacer.

Una Natasha cada vez más descolorida y arrugada hacía los reclamos diarios. Para Juan era aburrido escucharla y verla. Nunca hubo misterio realmente.

Por la mañana todo fue claro para Juan. – Hoy te voy a llevar al trabajo-le dijo, mientras una Natasha atónita abría los ojos por la impresión.

Juan la dobló y la guardó en el bolso de su chamarra. Cuando bajó del microbús caminó al callejón donde la había encontrado y la metió lo más profundo que pudo en el montón de basura. Natasha gritó desesperadamente. -¿Juan? ¿JUAN? ¡Juaaaaaan!-

Él no le contestó. Caminaba ya por la acera de la fábrica, respirando por fin el fresco aroma de la libertad.



Cuento que originalmente fue llamado "Amor de Papel", la primera versión la puedes leer aquí

8 de junio de 2010

El enamoramiento

Ya no podía seguir fingiendo. Daba vueltas en la cama por las noches sin poder dormir. La vería mañana, y el día después de mañana, y toda la semana. Estaba triste. Se sentía un cobarde sin poder decírselo. Se levantó. Tomó dos sorbos de agua, se limpió la cara y regresó a la cama. Su torso perfectamente esculpido reflejaba la luz de la luna que tímidamente entraba por la ventana.
El reloj sonó a las cinco y media. Él abrió los ojos un poco confundido. Se levantó y poniéndose algo encima, salió a la calle, hasta el punto donde siempre la veía, donde la sonrisa diminuta iluminaba su día. Esperó.
De pronto llegó el momento que esperaba, el paso de la luz, del amor, de lo que siempre había querido, el nombre de la felicidad...



-¡Magda! ¡Magda!-gritó la vecina.



- ¡Hola vecina!-dijo él.



-Hola Julio, ¿Por qué tan temprano por aquí?



-Hay algo que he querido decirte....



-¿Qué? – dijo ella interrumpiéndolo con el ceño fruncido.



-Es que...no sé cómo decirlo...estoy enamorado de...



-¿De mí? – dijo ella sorprendida.



-De Magda...



-¿¿Qué?? ¡Eres un idiota me voy de aquí! Vámonos Magda- dijo, mientras jalaba la correa de Magda su perrita french poodle desde hacía dos años.



-¡Vecina! ¡No te vayas! – gritó Julio – ¿Me la vendes? ¡Bueno! ¿Me la regalas?



La vecina ya había cruzado la calle con el corazón roto e ignoró a Julio por los siguientes ocho meses hasta que ella se mudó de ahí.